
El tercer título de la presente temporada de ópera del Teatro Municipal de Santiago contempló Werther, de Jules Massenet, luego de 28 años de ausencia.
Cabe señalar que, si bien aún falta retomar los 6 títulos de antaño como consecuencia de la pandemia, los graduales pasos que ha dado el Municipal por normalizar la oferta histórica han sido plausibles, tanto por el incremento de títulos a partir del año 2022 como la creciente inclusión de artistas de trayectoria internacional que permiten una mayor visibilidad del decano coliseo artístico en el panorama externo. A la vez, ha sido acertado el realismo programático ante las restricciones económicas post pandemia, traducido en una necesaria focalización hacia nuevas audiencias –con una incidencia superior al sesenta por ciento- más la debida atención al conocedor público tradicional, este último como gravitante masa crítica en custodiar los altos referentes históricos en la selección de títulos y nivel de producciones...
En este contexto, la llegada del Werther massenetiano se recibe con máximo beneplácito, tanto por la elección del título como al importante nivel de su producción, y a la vez equilibrando la oferta entre lo más conocido (primero con Madama Butterfly y luego con La Traviata, ambas con estupendos resultados) con lo menos recurrente, como pronto será con Salomé, último título de la temporada lírica.
Basado en la novela “Las Desventuras del Joven Werther” de Johann Wolfgang Von Goethe (1749-1832), el argumento de la ópera, a cargo de los libretistas Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann, recoge magistralmente el espíritu romántico de la época (estrenada en 1892), al ser Goethe un directo precursor del Romanticismo, y, particularmente Werther, clave en el desarrollo de las letras germanas y europeas a lo largo de la mayor parte del siglo 19, asimismo, catalizador del denominado “Efecto Werther”, fenómeno conocido en Psicología para los casos de jóvenes suicidas ante la melancolía por amores no correspondidos.
Musicalmente, Massenet, con magnífica intuición dramática más un sólido oficio en armonía y orquestación, asimismo con extraordinaria creatividad (y belleza) melódica, conllevan una magnética audición en buena parte de su producción operística, siendo Werther una de sus mejores contribuciones al género. Con una alta correlación entre los perfiles psicológicos de los personajes junto a una partitura de certeros recursos expresivos, con notable administración de la tensión, distención y expansión sonora, hilvanan un relato musical de ineludible involucramiento, servido de una escritura instrumental con gran riqueza de colores y timbres (notable la novedosa inclusión del saxofón en pasajes de gran tensión dramática), amén de un acabado sentido del “decir” de los textos, de penetrantes interpelaciones…
En Chile pocas veces se ha ofrecido este título, recordándose vivamente las anteriores versiones de 1980 con un legendario Alain Vanzo como Werther, y la de 1997 con Luciana D´ Intino como Charlotte, ambas magistralmente dirigidas por Miguel Ángel Veltri. Así, la presente inclusión de este fundamental título del repertorio lírico francés, constituyó un acierto mayúsculo al repararse una deuda histórica de casi tres décadas de ausencia.
La presente producción firmada por un inspirado Emilio Sagi, de sobradas credenciales y felizmente habitual en el Municipal, destacó con un enfoque teatralmente asertivo, perfilando con sumo cuidado el perfil de cada personaje, y logrando extraer las máximas capacidades expresivas tanto en los roles principales como secundarios. La mayor virtud de esta concepción escénica estribó en una completa claridad de los elementos planteados en el mismo drama, reflejando con magistral empatía el contrapunto entre la interioridad de sus principales protagonistas –Werther, Charlotte y Albert- con los convencionalismos de la época, hoy en día literalmente anodinos.
Muy acertado el diseño de ambientes a cargo de Pablo Núñez, en su mayoría sombríos (como la recreación de la casa de Charlotte y Albert en el tercer acto, con murallas desprovistas de cuadros, más esenciales elementos corpóreos en aras de no desviar la atención al drama mismo). A la vez, del todo logrado el efecto lumínico en diagonal de la última escena con un Werther moribundo, sin duda de fuerte impacto visual (a cargo de Ricardo Castro).
En lo musical, la dirección de Maximiano Valdés, muy afín al repertorio francés, constituyó un triunfo mayor al sostener el drama de punta a cabo, logrando guiar a las voces con irrebatible autoridad, asimismo extrayendo lo mejor de la Filarmónica de Santiago en ensamble y calidad de sonido. Grandes logros en diáfanas exposiciones del tejido armónico, fraseos, progresiones expresivas y acentos.
De los roles principales, nuevamente se contó con dos elencos de similares perfiles (se insiste en volver a los dos elencos de antaño, el primero con cantantes de solventes carreras internacionales, y el otro con voces locales emergentes).
En el caso del primer elenco, excelente cometido de Sergey Romanovski como Werther, de amplio caudal, hermoso timbre, parejísima línea de canto e irreprochable musicalidad, no obstante cierta rigidez escénica en los dos primeros actos. Shannon Keegan, de importantes medios vocales y escénicos, a pesar de no poseer el rango vocal para Charlotte, compone una magistral interpretación del personaje, esperando tenerla en próximas temporadas de ópera o conciertos. El barítono Luke Sutliff como Albert, de correcto canto y musicalidad, poco dio con el physique du rôle, no transmitiendo siempre la convencional severidad que demanda el personaje, incurriendo a ratos en extemporánea amabilidad.
Del segundo elenco, algo errático el desempeño de Raffaele Abete como Werther, en cuanto, si bien posee la vocalidad demandada para el rol, de bonito timbre y buena proyección, en momentos su canto se apreció algo empujado, quizás ante cierta incomodidad de salud en el día del estreno, no obstante una inobjetable composición interpretativa en lo teatral. En cuanto a la mezzo Marcela Rahal, absolutamente ideal en lo vocal para el rol de Charlotte, ofreciendo una interpretación musicalmente convincente, aunque teatralmente sosa. Y de gran jerarquía el desempeño de Ramiro Maturana en lo musical y teatral, componiendo una interpretación absolutamente convincente de Albert, y brindando la debida gradualidad evolutiva del personaje, desde la amabilidad hacia la más genuina severidad requerida.
De los demás personajes secundarios, todos con muy buenas intervenciones en sendos elencos, y destacando la participación del Coro de Niños y Niñas Mawünko, muy bien preparado por Cecilia Barrientos.
En suma, un triunfal regreso de Werther tras una larga ausencia, esperando no transcurra tanto tiempo para su próxima reedición.
