
Como parte de los últimos conciertos post abono de la Sinfónica Nacional en su flamante sede de la Gran Sala Sinfónica de la Universidad de Chile, contempló un ecléctico programa, y nuevamente a cargo a la joven directora polaca Barbara Dragan.
Designada como Consejera Artística de la Sinfónica tras el fallecimiento del titular en ejercicio, maestro Rodolfo Saglimbeni, en esta oportunidad se presentó en su cuarto programa junto a la decana sinfónica nacional, pudiendo apreciarle otras facetas y capacidades conforme sus anteriores contribuciones. Y considerando sus exitosas presentaciones previas, ahora se apreciaron resultados variables más algunas interrogantes respecto su afinidad con ciertas obras.
Luego de siete años de ausencia en la Sinfónica, abrió con “Las Alegres Travesuras de Till Eulespieguel”, de Richard Strauss, uno de los más extraordinarios poemas sinfónicos del gran compositor bávaro, y por cierto, de completo virtuosismo orquestal, como buena parte de la producción straussiana. Siendo una obra de juventud (1895), posee una consumada madurez musical en cuanto claridad discursiva, tratamiento armónico y pleno dominio del tejido instrumental.
Lamentablemente, la versión (si es que la hubo…) firmada por la maestra Dragan desacertó en carácter y claridad narrativa, dándose un entramado inentendible que no facilitó distinguir la rica variedad temática inserta. Con soporíferos tempi más una monocorde e insufrible exposición global, no brindaron la amplia variedad de contrastes que demanda la obra, amén de un rendimiento desajustado de varias secciones como las maderas y desafinaciones en algunos bronces, asimismo, una errática calidad sonora general, evidenciando falta de ensayos, y peor aún, nula conexión de la batuta con la obra…
Por bastante mejor carril discurrió posteriormente el estreno en Chile (y al parecer, en Latinoamérica) de “Synaphaï” del extraordinario compositor griego Iannis Xenakis (1922-2001), sin duda unos de los más gravitantes de la música contemporánea. Cabe señalar que este estreno se dio en un contexto de extensión del exitoso Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile realizado en septiembre, quedando pendiente la realización de este estreno ante un inesperado retraso en la llegada de las partes de la orquesta.
De amplia formación -ingeniero y arquitecto (estudiante de Le Corbusier)-, su música fusiona elementos melódicos, rítmicos y texturantes plasmados en una escritura dominada por estructuras matemáticas no necesariamente fáciles de entender en lo racional, aunque, felizmente, grata de escuchar, no obstante mucho por procesar. A la postre, a Xenakis más que interpretarlo, hay que abrirse a que por sí sólo hable… Y en el caso de “Synaphaï” (traducida del griego como “conexiones”), naturalmente asociado a un concierto para piano, finalmente se trata de una pieza concertante, no obstante la presencia de una destacada parte del piano solo con una gran cadenza, que en su conjunto se aleja de la convencional estructura dialogante solista-orquesta, fundiéndose con entera eficacia el instrumento solista a la masa orquestal.
Descollante cometido del destacado pianista y compositor griego Ermis Theodorakis, muy conocido por su difusión de la obra para piano de Xenakis, quien tuvo recientemente una importante participación en el Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile con obras del mismo Xenakis y otras de su autoría. Notable dominio técnico para una obra bestialmente difícil para la parte del piano escrita en diez pentagramas, uno para cada dedo del pianista… logrando un impresionante impacto en la audiencia. A la vez, muy buen trabajo de la maestra Dragan en abordar una concertación en sí con extremos requerimientos para el gran orgánico orquestal (86 músicos), con una amplia gama tímbrica y colorística, más muchos súbitos cambios de tempo. Sin duda, un trabajo de excelencia.
Como encore, Theodorakis ofreció una antológica versión de “Evryali” (escrita en 1973 y traducida del griego como “mar abierto…”), pieza también de extrema dificultad pianística donde el solista, para llevar a cabo su ejecución, debe adaptarla mediante la omisión de algunas notas y a la vez trasponer otras, amén de brindar particulares texturas y colores no fáciles de producir. Theodorakis, con memoria prodigiosa y exacta digitación, dio cuenta de irreprochable idiomatismo, relevando uno de los momentos más altos de toda la actividad musical del año…
Finalizó con la siempre bienvenida Cuarta Sinfonía de Johannes Brahms. Obra fundamental del repertorio sinfónico, es fiel expresión de la devoción de Brahms por la figura tema-variación, donde su original (y desgarrador) último movimiento se inscribe dentro de los cánones de la chacona o passacaglia, con 32 notables repeticiones en forma de variaciones, amén de un continuum evolutivo de notables armonías y texturas a lo largo de sus cuatro movimientos.
La versión liderada por la maestra Dragan, a la luz del recuerdo de su impresionante interpretación de la Sinfonía en re menor de Cesar Franck, hacía presagiar una buena versión de esta Cuarta Brahmsiana. Lamentablemente, distó del carácter requerido, con un monocorde enfoque (ausencia de dinámicas), anémicas evoluciones expresivas y pocos contrastes, más una sonoridad pesante que dificultó percibir las ricas fluctuaciones armónicas y nitidez de voces de la obra. Si bien la orquesta obtuvo buen ensamble general, empero, poca prolijidad en la calidad de sonido, especialmente ante la crudeza sonora de los violines. Definitivamente, una malograda versión de una obra capital en la historia de la música…
En suma, un concierto programáticamente atractivo que aportó un importante estreno junto a un solista de excepción, aunque planteando dudas de la afinidad de la batuta en dos obras fundamentales del repertorio sinfónico…
