Danza
03 de Agosto, 2025

Frida en el Municipal: Un regalo coreográfico.

Por César Sepúlveda V.

El pasado sábado 26 de julio se dio inicio a una nueva temporada del Ballet de Santiago, con funciones programadas hasta el 2 de agosto, presentó en esta oportunidad una pieza coreográfica de la bailarina y coreógrafa belga-colombiana Annabelle Lopez Ochoa. En esta ocasión, la obra relata la vida, producción pictórica y los sufrimientos que padeció la artista plástica mexicana Magdalena Frida Carmen Kahlo y Calderón, más conocida como Frida Kahlo.

La existencia de esta artista, sus dolores producto de un accidente automovilístico, su obra llena de color y desgarro, más los conocidos encuentros y desencuentros sentimentales con el que fuera su compañero de vida, el también artista plástico Diego Rivera, la hacen sin dudar un personaje cercano en nuestro imaginario a pesar de haber fallecido en julio de 1954, que todos conocemos por su obra, como por su historia. Además, el mundo del cine también ha tomado su biografía para retratarla.

Si bien la pieza tuvo su estreno mundial en febrero de 2020 en la Ópera de Ámsterdam, hoy llegó el turno, afortunadamente, de verla en nuestro país, y qué mejor que de la mano de nuestro Ballet de Santiago.

Distribuida en 24 escenas y dos actos, con una duración de casi dos horas, Frida recorre su vida y principales hitos, desde su juventud hasta su muerte. Coreográficamente, la pieza es atractiva desde sus inicios, donde el foco está siempre puesto en Frida, sin desviarse en relatos secundarios de otros personajes, lo que nos permite ser partícipes incluso del dolor y del mundo interno de la protagonista.

Bajo la dirección musical de Pedro-Pablo Prudencio, al mando de la Orquesta Filarmónica de Santiago, se escuchan los bellos pasajes musicales de la obra creada por el compositor británico Peter Salem, además de algunas intervenciones con música grabada de la artista de origen costarricense —pero más conocida por su música popular mexicana— la gran Chavela Vargas.

Al iniciar la obra, llama la atención de inmediato lo atractivo del vestuario, realizado por Dieuweke Van Reij, quien además es responsable de la escenografía. Esta se llena de color y símbolos que nos posicionan en el folclore mexicano y en la obra de la artista. Por ejemplo, los esqueletos masculinos, vestidos de negro y con líneas blancas, que tienen detalles que remiten a los adornos de los trajes de los charros mexicanos. También destacan las faldas de múltiples colores, grandes flores que bajan desde el cielo del recinto, dos grandes columnas vertebrales o una gran caja negra móvil que forma parte de la escenografía: se abre y nos regala imágenes que reflejan el mundo interior de Frida, como también lo hace su pintura.

La iluminación, a cargo de Christopher Ash, es colorida y alegre, como estamos acostumbrados a apreciar en el folclore mexicano, símbolo de su diversidad cultural y su conexión con la naturaleza y la historia. Sin embargo, cabe señalar un par de detalles técnicos: al subir el telón, había una luz encendida que no debió estar, y fue apagada solo cuando la cortina de boca ya llevaba más de un metro arriba. En otro momento, al cambiar una proyección a tonos verdes en degradé, esta quedó “bailando”, ya que se notaba el vaivén en su extremo inferior. Solo un detalle técnico, pero bueno, estamos aquí para celebrar y disfrutar de la belleza a la que nos tiene acostumbrados el Municipal de Santiago.

En relación con el trabajo de la compañía y, específicamente, con la danza, hay que decir que la vara quedó alta.

Frida, interpretada por Katherine Rodríguez, se mostró concentrada y madura, apropiándose del personaje. Fue, simplemente, exquisita, logrando momentos de gran belleza y cualidades de movimiento que, al verlos, solo provocaban goce y alegría. Felicitaciones a ella, sin duda, pero también a los ensayadores, ya que este resultado es fruto de un trabajo colectivo.

Christopher Montenegro fue el encargado de interpretar a Diego Rivera. Estuvo correcto en su trabajo, aunque me desagradó y distrajo el uso de un relleno para simular el cuerpo del pintor. Ver a un bailarín, con tanta agilidad y destreza, cargando un artilugio para parecerse al “panzón” de Rivera me resultó innecesario. La danza cuenta la historia por sí sola cuando está bien construida, y los bailarines le dan el peso que necesita. Annabelle tiene ese don coreográfico, eso ya lo hemos visto en obras anteriores, y el Ballet de Santiago cuenta con el talento necesario para asumir el desafío.

Algo que resultó especialmente atractivo fue encontrarse con los “Frida masculinos”, interpretados por varones, representando la fuerza interior y la masculinidad que también habitaron en Frida. A pesar de la vida tormentosa y dura que enfrentó, ella se mantuvo estoica hasta su lecho de muerte. Estos personajes fueron: Matías Romero (verde), Carlos Arsenal (púrpura), Felipe Arango (celeste), Aarón Guzmán (rojo), Eduardo Díaz (amarillo), Luciano Crestto (verde azulado), Simón Hidalgo (azul oscuro) y Alberto Sanchis (rosado). Sorprendió la madurez escénica y el posicionamiento de Matías Romero.

Lamento no poder extenderme más, pero felicito también a Ethana Escalona (ciervo), Marisela Silva (el pájaro), Monserrat López (Cristina, hermana), Laleska Seidel (Reina hoja), María Dolores Salazar (Frida victoriana), Dolores Oribe (Columna rota), Mauricio Serendero (Alejandro) y a todos quienes componen el Ballet de Santiago, por el excelente trabajo.

En definitiva: un sólido trabajo coreográfico que reafirma la capacidad de su coreógrafa para relatarnos historias de forma cercana, transitando fluidamente entre la técnica clásica y la contemporánea, con un Ballet de Santiago maduro y virtuoso.

Fotografías: Municipal de Santiago / María Pía