
La temporada de abono de la Sinfónica Nacional en su nueva sede de la Gran Sala Sinfónica Nacional continúa con resultados de jerarquía, acompañada de una exitosa demanda de público más un celebrado ecléctico criterio curatorial, como una convocatoria de excelentes directores invitados.
Cabe señalar las importantes contribuciones en esta temporada de directores como las del español Josep Caballé-Domenech, el inglés Andrew Gourlay, la polaca Barbara Dragan, el brasileño Tobías Volkmann, el israelita David Greilsammer y el norteamericano Ira Levin, como los destacados maestros chilenos Maximiano Valdés, Rodolfo Fischer, Luis Toro Araya y Helmuth Reichel, quienes, en la actual coyuntura de búsqueda de un nuevo maestro titular, podrían ser potenciales candidatos, considerando sus amplios períodos de trabajo con la orquesta (en promedio, dos semanas).
En este contexto, luego de 13 inexplicables años de ausencia, llega el reconocido maestro finlandés Ari Rasilainen, una de las batutas internacionales más destacadas de su generación, lamentándose haya sido convocado solo para un programa… considerando los pergaminos de este director y la excelencia de sus resultados.
Respondiendo al perfil programático normal de la decana orquestal del país, se contempló una obra chilena, en este caso, al inicio, con el Divertimento para Orquesta del compositor nacional Gustavo Becerra-Schmidt, figura fundamental de la composición en Chile y Latinoamérica.
Adscribiendo a los 100 años del nacimiento de Becerra-Schmidt, la Sinfónica contempló previamente -en el marco del Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile- el estreno latinoamericano de su notable Concierto para Arpa (junto a la destacada arpista nacional Sofía Asunción Claro, a quien le fue dedicado), asimismo, para este programa, una pieza de transición estética como el Divertimento, largamente ausente.
Compuesto en la década de los 50, se trata de una pieza de amable carácter y buen oficio de orquestación, con una atractiva exploración de una amplia gama de recursos tímbricos, colorísticos y rítmicos, amén de una ecléctica escritura que funde, con entera pericia, lo melódico con atractivos giro disonantes. Con cabal compresión de la obra, Rasilainen exploto al máximo el carácter de la misma, obteniendo lo mejor de los sinfónicos en ensamble y calidad de sonido.
Con un inteligente criterio contrastante, llegó la siempre bienvenida Sinfonía Concertante para Violín y Viola KV 364 de W. A. Mozart, muy ausente en la Sinfónica, aunque no mayormente en otras agrupaciones del país. Compuesta a los 23 años, es considerada una obra clave del genio de Salzburgo, constituyendo un punto de inflexión que compendia mucho de lo producido hasta ese momento, y, sin duda, clave para el desarrollo posterior de lo que sería un doble concierto propiamente tal, siendo, a la sazón, un híbrido entre una sinfonía y un concierto, pero con una batería de combinaciones estructurales y expresivas revolucionarias para la época. Cabe señalar que esta obra cuenta con un interesante arreglo para cello sustituyendo a la viola, brindándole, quizás, mayores posibilidades expresivas y mejor balance con el violín ante cierta ingratitud en la proyección sonora de la viola, aunque sin fagocitar la belleza tímbrica de esta última…
Buen cometido de los solistas convocados, en esta oportunidad Alberto Dourthé, concertino de la Sinfónica, y la violista invitada Georgina Rossi, ambos con destacadas trayectorias como solistas y docentes. Bien afiatados, sendos solistas tuvieron un irreprochable cometido de ejecución, con debido equilibrio sonoro, certeros acentos y contrastes, más logradas progresiones expresivas, aunque, en momentos, con cierta lejanía estilística por parte de la violista. Gran colaboración de la batuta invitada, proveyendo un equilibrado marco sonoro para el buen lucimiento solístico.
Como broche de oro, una impactante versión de la Sexta Sinfonía “Patética” de P.I. Tchaikovky, sin duda el testamento musical del gran compositor ruso. Así apodada por Modesto, hermano de Tchaikovsky, y considerándola el mismo compositor como su mejor y más sincero trabajo (“la piedra angular de toda mi obra…”), sin duda se trata de un auto da fe que compendia un universo de vivencias signado de momentos felices hasta la más desgarrada desolación.
Con irredargüible idiomatismo, la versión del maestro finlandés hilvanó un discurso con celebrado sentido de contexto, donde cada célula temática tuvo pleno correlato con el todo. Exacta construcción de atmósferas, no rayando en cicatera expresividad ni en destemplados desgarros, optando por una narrativa de trazos compasivos al dolor plasmado por el compositor en esta obra, la última poco antes de morir… Grandes logros en fraseos, dinámicas, transparencias y empáticos tempi, obteniendo una respuesta de jerarquía de la decana orquesta nacional.
Y sorpresivamente, fuera de programa luego de una triunfal Patética, con excelente criterio musical el maestro Rasilainen ofreció una profunda versión del Valse Triste, de su compatriota Jean Sibelius, obra de honda melancolía servida al más alto nivel imaginable por una orquesta nacional, constituyendo un momento mágico de la actual temporada de la Sinfónica.
En suma, el regreso de un director de fuste en un programa que hizo gala de la mejor tradición de la Sinfónica Nacional de Chile…
